viernes, 17 de marzo de 2017

EL ABRAZO


Ocurrió en una de esas muchas noches en las que yo buscaba paz ansiosamente. Los
espantos del día se alejaban en el silencio y la oscuridad pero dejando ese dolor insistente... que ahí está por mucho que intentes olvidarlo.
Pero siempre tengo mi refugio en un historia que me atrapa, en música bellísima... pero de pronto silencio. La música hermosísima terminó y me quedé con el libro en las manos, viviendo con sus personajes, sus sueños, sus angustias... y oía el sonido de las páginas pasar, con un suave y placentero crujido. Pero algo me hizo levantar la vista, una extraña sensación de estar siendo observada. Ahí estaba, entre tinieblas, era difícil verla pero sus delicados rasgos se dibujaban en la penumbra. La niña estaba ahí, tímida en un rincón. Por unos momentos dudé y el miedo inicial se fue atenuando. Sí, era ella, efectivamente estaba ahí, no era otro de mis episodios de parálisis del sueño ni imaginaciones exaltadas.
No sabía qué decirle. Poco sociable como soy con los vivos, no sabía cómo dirigirme a los muertos y me resultaba complicado hablarle a ella, incluso pensé en fingir que no la veía pero demasiado tarde... las dos sabíamos la una de la otra.  Finalmente tragué saliva y aún con algo de temor le hablé.
-Hola.- Mi voz sonó suave pero insegura,  quería que se sintiera cómoda pero por el momento le estaba transmitiendo mi inquietud.
Ella ladeó ligeramente la cabeza como única respuesta, un movimiento casi imperceptible y que no supe interpretar.
Silencio.
Otra vez intenté hablarle.
-Tú y yo ya nos hemos visto antes, ¿verdad?- Le sonreí con delicadeza-. Eres bienvenida.
La sensación de tristeza que venía de ella era intensa, percibí de pronto como si ella me lo contara traspasándome sus sensaciones mucho dolor, añoranza hacia una familia, sufrimiento por una enfermedad... Sentí que estaba perdida e incluso más asustada que yo. Quise llorar por su angustia. ¿Por qué tiene que ser todo tan triste?
Yo estaba agotada físicamente, emocionalmente, mentalmente... y a mis penas se añadieron las de ella.
-Soy tu amiga y no tienes nada que temer.
De pronto ya no estaba en esa esquina, inexplicablemente la tenía justo delante de mí, con ese aspecto tan dulce y frágil. Sus ojos tristes brillaban buscando amor.
Con ternura la abracé buscando darle todo el consuelo posible, dándole todo mi amor que estaba deseando ser ofrecido.
-No estás sola, pequeña, no hay nada que temer.
Con una dulce caricia borré el tormento de las dos y por unos momentos solamente hubo felicidad en ese abrazo, la alegría de dos almas que se comprenden y se dan afecto una a la otra. En unos instantes el dolor y el miedo desaparecieron... Nos sentimos llenas de nueva energía, nuevas fuerzas e ilusiones.
Cuando ella se fue la sensación de amor y alegría me acompañó toda la noche. Sentí que podía seguir adelante, superar todo aquello que me estaba haciendo daño, vencer los obstáculos que me tenían acorralada, lograr aquello que tanto deseaba y por lo que tanto estaba luchando... La ternura me devolvió las fuerzas que sentía haber perdido.



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